Alessandro Michele: "Cuando llegué a este nuevo trabajo, fue como abrir de un empujón la puerta de la casa de Monsieur Valentino: quise cuidar de las cosas que había allí"
Cuando se piensa en Valentino, lo primero que viene a la mente es el rojo, color emblemático de la casa de modas romana. Pero para su primer desfile, Alessandro Michele, el diseñador que cambió el panorama de la moda durante su década a los mandos de Gucci, optó por el blanco. El blanco de un decorado espectral compuesto por decenas de sillones, sillas y sofás antiguos cubiertos de sábanas, como una casa que se acaba de reabrir tras meses de abandono. Salma Hayek, Andrew Garfield, Carla Bruni y Colman Domingo figuran entre los invitados a tomar asiento en esta atmósfera fantasmal, con un suelo hecho de espejos rotos. Con su habitual sentido de la teatralidad, Alessandro Michele daba paso al fin la colección más esperada de la Semana de la Moda de París y, a pesar de las altas expectativas, nadie salió defraudado. Con una opulencia sin parangón, esta temporada las siluetas se han sumergido de lleno en la historia de Valentino tanto a la par que explorado todas las posibilidades de la vestimenta actual, desde los vaqueros hasta los bordados inspirados en la alta costura, sirviéndose del azul cobalto o de los blancos más delicados, con joyas corporales, enormes sombreros y, como no podía ser de otra manera, el rojo. Rojo Valentino. Tras su magistral desfile, hablamos con él de sus descubrimientos en su nueva casa, de las inspiraciones que impregnan la colección… y de la necesidad de lo inútil.
¿Qué significa la decoración de este primer desfile, con sus muebles cubiertos de sábanas blancas y un suelo de espejos rotos?
Es como si hubiese cambiado de casa, en el sentido más estricto de la metáfora. Cuando llegué a este nuevo trabajo, fue como abrir de un empujón la puerta de la casa de Monsieur Valentino: quise cuidar de las cosas que había allí, que son a la vez frágiles y preciosas, y este decorado que imaginé habla precisamente de esa fragilidad. Lo que encontré era muy hermoso. No encontré una oficina, ni una empresa: sino una casa, una auténtica casa rica en historias, como las que cuenta este espacio teatral.
La música era cautivadora.
La banda sonora del desfile es Passacaglia della Vita. Se trata de una forma de canción popular que data del siglo XVII, posiblemente procedente de España. Es una canción callejera que acabó llegando a las cortes de Europa y expresa la finitud de las cosas. La he retocado un poco pero sigue siendo básicamente la misma. Es una especie de cuento antiguo que me recordó a la obra de Valentino, que combina a la vez mucha seriedad y amor por la frivolidad. Y a este respecto, estoy convencido de que la frivolidad no es inútil, más bien al contrario, muy necesaria en nuestro tiempo.
¿Cuáles han sido sus referencias más importantes?
Yo diría que finales de los sesenta, los setenta y los primeros ochenta. Fueron años muy importantes en la obra de Valentino, que trabajaba con una amplia gama de blancos. Estoy seguro de que esta paleta se inspiraba en el tejido de la alta costura, el cual él adoraba. Mi trabajo consistió en sumergirme en los archivos, que son fantásticos: tardaría diez años solo en descubrirlos. Y cada década es sorprendente, muy singular. Por ejemplo, en los años 80, mientras Armani introducía piezas masculinas en el vestuario femenino, Valentino diseñaba colecciones muy románticas, con códigos muy potentes: los lunares, los azules, los sombreros enormes, los pantalones de inspiración turca, absolutamente ligeros... en general, Valentino siempre ha tenido una energía muy fuerte, ligada a su vida, que a su vez está íntimamente ligada a su maison. A menudo se le ha encasillado como un aristócrata romano, institucionalizado del mismo modo que Yves Saint Laurent (ese es el destino de las personas tan brillantes), ¡pero es mucho más que eso! También es un gran excéntrico y un hombre increíblemente libre.
¿Tenía miedo de este legado?
No tenía miedo. Yo trabajo con mi instinto. No tenía miedo: sentí lo que yo calificaría de sensación de urgencia.
¿Cómo fue conocer los talleres?
Las costureras de la Piazza Mignanelli son extraordinarias. Son literalmente una especie profesional que merece ser protegida. Aquí también la herencia en términos de saber hacer y artesanía es fabulosa, tanto en prêt-à-porter como en alta costura. Personalmente, la alta costura me impactó especialmente. Es literalmente otro tiempo, otra temporalidad. Forma parte de una ralentización necesaria, que también se plasma en este desfile mixto, en el que subyace la idea de una humanidad unida. Pero la idea de ralentización no tiene nada de extraordinario.
Esta colección es muy opulenta, lo contrario a la tendencia del llamado lujo silencioso...
En realidad no me pregunto qué está pasando ahí fuera. Por supuesto, observo una tendencia general que va más allá del minimalismo: también expresa la dificultad del momento que vivimos. Pero yo tengo muchas ganas de vivir y no creo que tenga la posibilidad de tener otras vidas. Así que si me piden que vaya, acudiré tal como soy.
¿Está esta colección, y Valentino en general, influida por Roma y por una idea de lo romano?
No creo que Valentino lo expresara así. Roma es un nido, pero a él siempre le ha gustado salir de ahí. Cuando eligió Roma, fue ante todo porque en aquella época era un lugar de una vitalidad extraordinaria. Roma era seductora. También era un territorio de arenas movedizas, con un tiempo específico: te permitía ir de lado cuando todos los demás iban de frente. Y entonces Valentino creó un puente con París. Son dos ciudades que flotan, que requieren mucha ligereza para ser vividas. El pasado es tan omnipresente que obliga a pensar en el presente: así me sentí desde nuestro discurso en la plaza Vendôme, mirando el cielo, los tejados, la columna de Napoleón...
Antes ha mencionado la frivolidad. ¿La moda es necesariamente frívola?
Iré más lejos: puede incluso parecer inútil, pero la inutilidad es muy necesaria. Es como leer un poema, llevar una bonita falda plisada, aunque solo sea para ir en metro. A la generación más joven, que tiende a vivir su vida a través de pantallas y a encerrarse en sí misma, me gustaría invitarla a celebrar la ceremonia de la vida mediante todos los objetos que la honran.
¿Qué ocurrirá con esta primera colección entre el desfile y su llegada a las tiendas? Probablemente la verdad se encuentre en algún punto intermedio. Veremos quién compra las joyas para los labios o la nariz, estas piezas que he diseñado en torno a la idea de los sentidos. Que luego todo esto se convierta en un producto que se ofrezca en una tienda, esas son las reglas del juego.
Artículo original publicado por Vanity Fair Francia. Accede aquí.