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CASABINDO
de Alberto Alabí
 
Casabindo de los toros
para agosto se engalana,
enflora su sola calle
con sólo una flor lozana
porque no tiene arvejillas
Casabindo ni retamas;
la Virgen de la Asunción
es la única flor que cuaja
y el pueblo quiere lucirla
en el ojal de la plaza.
Todos los quince de agosto
florece una rosa blanca
(brote injertado de amor
que prendió en la Pachamama)
Casabindo de los toros,
fiesta dulce, historia amarga.
Todos los quince de agosto
a la Virgen agasaja
y recuerda a Tabarcachi
que Quipildor se llamaba
o Pantaleón en la lengua
de curas, no de curacas
porque teniendo diez años
con los primeros estaba.
Su padre, que era el cacique,
de pequeño allí lo enviaba
a que tomara la ciencia
de las Escrituras Santas.
Y allí pasó Pantaleón
muchos años de su infancia.
Al cabo, volvió a su tierra
y lo que ve no le agrada
pues los hombres de su pueblo
ya no cultivan, trabajan
los socavones del oro
que presto parte hacia España.
Y lo desborda la furia
y la cólera ya manda
y ya denuncia y ya increpa
y lo acusan y demandan
y Quipildor Tabarcachi
es sentenciado a la plaza
a expiar con los toros bravos
su osadía y pertinacia.
Justo en un quince de agosto,
día de la Virgen Santa,
Quipildor está parado
en el medio de la plaza;
no lleva traje de luces,
no trae capa ni espada;
su montera es una vincha
con soles de plata plata,
ha decidido morir
con los signos de su raza.
Un pérfido mayoral
no soporta tal templanza
y pide que cuatro mozos
acudan a su ordenanza:
le quita vincha y monedas,
corona al toro con ambas,
deja desnudo al valiente
-cree que sin esperanza-
mas con el último aliento
avanza el torero, avanza,
enfrenta a la bestia negra,
que lo mide y no lo ataca
sino que humilla los cuernos
y los detiene a una cuarta
de la mano que se acerca
firme, valiente y pausada
a rescatar decidida
el cetro de entre las astas.
Luego llega hasta la Virgen
que han entronado en la plaza
y se aclaraba la voz
para dejar su plegaria.
Así reza Quipildor,
así dicen que rezaba:
“Señora de la Asunción,
Virgen de Copacabana,
Patrona de las Canchillas,
Madre y Reina soberana,
a vos te ofrezco estos dones:
vincha, monedas de plata
y humilde vuelvo a tu amor
porque me has salvado el alma”.
Deja a los pies de la imagen
la dote recuperada
y mira a su Salvadora
como se mira a una santa.
La furia del caporal
-jamás debió de olvidarla-
aguija un toro astifino
de pitones como espadas
que se alza en carrera loca,
(viaja la muerte en las guampas)
lleno de ardor y bravura,
cruza furioso la plaza
y moja sus dos puñales
en la espalda arrodillada.
Casabindo de los toros,
fiesta dulce, historia amarga
que cada quince de agosto
evoca, ¡y no lo evocara!
a Quipildor Tabarcachi,
el torero sin espada,
el que con capa de rezos
y con pases de plegarias
por mirar la luz de frente
no vio la sombra a su espalda.