Hepatitis víricas, tipos y tratamiento
Se trata de la inflamación del hígado causada por el virus de la hepatitis A (género Hepatovirus, familia Picornaviridae). Es responsable de numerosas epidemias que son resultado de contactos personales o debido a la ingesta de agua y alimentos contaminados.
Aunque su distribución es universal, esta patología suele estar presente en regiones con condiciones sanitarias deficientes. Representa una de las principales enfermedades en la población pediátrica.
Transmisión del virus de la hepatitis A
Se estima que la hepatitis A es responsable del 20-25 % de los casos clínicos de hepatitis. Principalmente, se transmite por vía oro-fecal. Sin embargo, puede transferirse también por vía parenteral, mediante el uso de jeringuillas compartidas, por contacto sexual y posiblemente por transmisión vertical (de madres a hijos).
Con frecuencia, la infección pasa desapercibida entre los niños más pequeños y esta condición supone que sean una fuente de transmisión para otros. La mayor incidencia tiene lugar en infantes que no han sido vacunados.
Identificación del virus de la hepatitis A
Los anticuerpos de tipo Inmunoglobulina M es el marcador serológico clásico para diagnosticar la infección clínicamente.
Síntomas específicos de la hepatitis A
La hepatitis A suele presentar un inicio abrupto con síntomas como fiebre, dolor de cabeza, vómitos y diarrea, anorexia, fatiga extrema, orina oscura, heces blanquecinas e ictericia.
Prevención y tratamiento de la hepatitis A
La hepatitis A se previene a través del correcto saneamiento del agua, del lavado de alimentos vegetales frescos y de las manos, y a través de la vacunación.
Aunque el calendario común de vacunas no incorpora la inmunización contra la hepatitis A en la mayor parte de España, sí que está incluida en los calendarios de Cataluña, Ceuta y Melilla. En este último caso, por la importante circulación del virus de origen africano.
También, se recomienda la vacunación en algunos casos especiales como, por ejemplo:
- Personas que vayan a viajar a países en los que exista un elevado riesgo de infección (especialmente en África, América Central, Sudamérica y Asia).
- Personas que trabajen o hayan acudido a cualquier institución o centro en el que haya tenido lugar un brote de hepatitis A (guarderías, colegios…).
- Niños que residen en centros de acogida, internados, etc.
- Niños con enfermedades que aumentan el riesgo de desarrollar hepatitis fulminante, (hepatitis B o C) o que padezcan una patología hepática crónica de cualquier causa.
- Niños que reciben productos derivados de la sangre porque padecen hemofilia o cualquier otra enfermedad que lo requiera.
La enfermedad no tiene tratamiento específico, aunque en casi todos los casos se cura por completo y sin secuelas.
El virus de la hepatitis B es un virus con ADN encapsulado que pertenece a la familia de los Hepadnaviridae. Está distribuido por todo el mundo, destacando su implantación en zonas como la cuenca amazónica, el África subsahariana y algunas partes de Asia.
Se calcula que existen unos 350 millones de personas infectadas de manera crónica por el virus de la hepatitis B, con alto riesgo de enfermedad hepática grave y muerte por cirrosis. Además, esta patología es responsable de cerca de un millón de muertes al año en todo el mundo.
Transmisión del virus de la hepatitis B
El contagio tiene lugar por medio de los diferentes fluidos infectados, principalmente la sangre, el semen y la saliva. Por tanto, las principales vías de transmisión son el contacto sexual, la exposición percutánea a sangre o a fluidos corporales infectados y la transmisión de madres a hijos, ya sea a nivel fetal o durante el parto.
La infección por el virus de la hepatitis B puede causar:
- Hepatitis aguda: se puede presentar como hepatitis fulminante en un 1-2 % de los casos.
- Hepatitis crónica: puede dar lugar a la aparición de cirrosis y cáncer de hígado.
Identificación del virus de la hepatitis B
A través del análisis de diferentes marcadores virales en sangre, es posible determinar la etapa de infección, la convalecencia y la cronicidad del paciente en estudio, así como la respuesta a la vacunación si ésta ha tenido lugar.
Síntomas de la hepatitis B
La mayor parte de los afectados por la infección no experimentan síntomas durante la fase aguda.
Sin embargo, algunas personas presentan un cuadro con síntomas típicos que duran varias semanas e incluyen ictericia, orina oscura, fatiga extrema, vómitos y dolor abdominal.
Prevención y tratamiento de la hepatitis B
De este modo, la prevención de la enfermedad se basa fundamentalmente en la vacunación, el manejo adecuado de la sangre, los fluidos corporales y los hemoderivados a nivel clínico, así como en la puesta en práctica de medidas que impidan la transmisión por vía sexual.
España se considera un país de prevalencia baja de portadores (1-2 %). En la actualidad, se declaran anualmente alrededor de 800 casos de hepatitis B. El periodo de mayor riesgo para la adquisición de la infección en nuestro país es el final de la adolescencia y los primeros años de la edad adulta.
En el calendario de vacunación español, la vacuna de la hepatitis B está incluida. La inmunización estándar consta de 4 dosis que se administran en el recién nacido, a los 2 meses, a los 4 meses y a los 11 meses, aunque puede haber variaciones de este esquema en casos concretos.
El virus de la hepatitis C es miembro de la familia de los Flaviviridae. Las variedades más comunes son los genotipos 1, 2 y 3. Se trata de un virus encapsulado que tiene una mayor tasa de prevalencia en las regiones de Asia Central, el sudeste asiático y el norte de África.
Transmisión del virus de la hepatitis C
La transmisión se produce a través de la sangre u otros fluidos corporales contaminados. Por ello, las personas que tienen más riesgo de contraer la hepatitis C son las que comparten agujas y, de forma accidental, los trabajadores sanitarios por pinchazos o heridas con material infectado. También, es posible la transmisión debido a prácticas sexuales sin protección con una persona infectada cuando se produce alguna herida o sangrado durante las mismas.
Es importante tener cuidado con los centros de acupuntura y establecimientos donde se hacen tatuajes, piercing, etc., especialmente cuando se tiene dudas sobre si emplean o no material esterilizado.
De igual modo, es preferible no compartir cuchillas de afeitar o cepillos de dientes donde pueda haber restos de sangre de una persona infectada.
Igualmente, el virus puede pasar de una madre infectada a su hijo durante el parto.
El riesgo de complicaciones es más alto en las personas que se han contagiado por una transfusión de sangre y en aquellos pacientes que presentan además otras infecciones virales (VIH o hepatitis B) u otros problemas de salud que afecten al hígado como, por ejemplo, el alcoholismo. Es más, el 20 % de las personas que presentan daños en el hígado causados por el consumo de alcohol resultan infectadas por el virus, sin que se conozca muy bien el mecanismo por el que sucede.
Identificación del virus de la hepatitis C
Los protocolos actuales para el diagnóstico de la hepatitis C incluyen la detección de anticuerpos contra el virus y el material genético del virus en la sangre.
Síntomas de la hepatitis C
La infección es asintomática en el 85-90 % de los casos y más frecuente durante la edad adulta (de 30 a 50 años). De hecho, la mayoría de los diagnósticos se producen cuando la hepatitis ya es crónica.
En la mayoría de los casos, la infección aguda suele pasar desapercibida. Cuando aparecen algunos síntomas, éstos lo hacen entre las semanas 2-12 tras el contagio y suelen despistar por su escasa relación hepática: fatiga, náuseas, anorexia, dolor muscular y articular, debilidad y pérdida de peso. Sin embargo, pueden aparecer también los síntomas típicos de la hepatitis (ictericia, orina oscura, heces blanquecinas, etc.).
En España, las estimaciones hablan de unas 900.000 personas que en algún momento han estado infectadas por el virus de la hepatitis C. Asimismo, el 20-30 % de las personas infectadas se curan espontáneamente.
Prevención y tratamiento de la hepatitis C
No existe una vacuna que ayude a tener las defensas preparadas en caso de contagio.
Tratamiento con antivirales
Se recomienda el tratamiento con antivirales, de los cuales existen varias opciones terapéuticas. Las pautas son variables según el genotipo concreto del virus.
Hasta hace pocos años, su administración se reservaba para los casos más graves debido a sus importantes efectos adversos, entre otras razones. Sin embargo, la reciente incorporación a las pautas de tratamiento de moléculas mucho más seguras y con mayor capacidad de eliminar por completo el virus (como el sofosbuvir, el daclatasvir o el simeprevir, entre otras) ha supuesto una revolución en el tratamiento, que de forma progresiva se ha ido ampliando a los pacientes en un estadio más leve.
El principal inconveniente de los nuevos fármacos es su elevado precio, contra el que OCU ha alzado la voz en el pasado.
El virus de la hepatitis D pertenece al género Deltavirus y se compone de un genoma de ARN circular. Presenta la característica particular de requerir la presencia del virus de la hepatitis B para reproducirse. Por tanto, es un virus de los llamados defectivos, que necesariamente deben asociarse a otro virus.
El virus de la hepatitis D se encuentra por todo el mundo, con una mayor prevalencia en países con bajo estatus socioeconómico de África y de Sudamérica. Asimismo, tiene una gran presencia en Turquía, Mongolia, el sur de Italia y la antigua Unión soviética.
En el mundo, hay aproximadamente 15 millones de personas con coinfección crónica por el VHD.
Transmisión del virus de la hepatitis D
Dado su vital asociación con el virus de la hepatitis B, la hepatitis D puede ser transmitida únicamente por medio de dos patrones diferenciados:
- Coinfección: se define como la infección simultánea por el virus de la hepatitis B y el de la D, teniendo como resultado una hepatitis B y una hepatitis D agudas.
- Sobreinfección: tiene lugar cuando se produce la infección por el virus de la hepatitis D en individuos que estaban infectados crónicamente por el virus de la hepatitis B.
Como sucede con la hepatitis B, la transmisión del virus de la hepatitis D puede producirse por vía sexual (semen o secreciones vaginales), a través de la sangre (uso de jeringuillas contaminadas, heridas y transfusiones) y durante el parto (la transmisión de madre a hijo es rara).
Identificación del virus de la hepatitis D
La infección por el virus de la hepatitis D se diagnostica por la presencia de niveles elevados de anticuerpos y se confirma por la detección del material genético del virus en la sangre.
Síntomas de la hepatitis D
Aunque tienden a ser más severos, los síntomas de la hepatitis D aguda son indistinguibles de los relacionados con otras hepatitis. Tras la infección y después de un período de incubación de unas 3-7 semanas caracterizado por una replicación activa del virus, aparecen síntomas inespecíficos como fatiga, anorexia, letargia, náuseas y un aumento de las transaminasas.
En la hepatitis aguda, la infección simultánea por los virus de las hepatitis B y D puede producir una hepatitis de leve a grave, llegando a ser incluso fulminante. Aun así, la recuperación suele ser total y la hepatitis D crónica es rara (menos del 5 % de los casos).
La sobreinfección por el virus de la hepatitis D acelera la progresión hacia la cirrosis, la cual que aparece casi 10 años antes que en los casos que únicamente existe infección por el virus de la hepatitis B.
Prevención y tratamiento de la hepatitis D
La vacunación contra el virus de la hepatitis B previene la coinfección por el virus de la hepatitis D. Por este motivo, la expansión de los programas de vacunación infantil contra la hepatitis B ha supuesto una reducción de la incidencia de la hepatitis D en todo el mundo.
Por lo que se refiere al tratamiento con antivirales, el peginterferón-alfa parace mostrar una cierta eficacia en el caso de hepatitis crónica por el virus de la hepatitis D, aunque se trata de un campo en el que aún es necesaria una mayor investigación.
La causa de la hepatitis E es un virus ARN que pertenece a la familia de los Hepeviridae. En la actualidad, se conocen 4 serotipos diferentes que determinan dos patrones epidemiológicos distintos.
Se calcula que cada año hay unos 20 millones de casos de infección por el virus de la hepatitis E, que determinan más de 3 millones de casos sintomáticos de hepatitis.
La enfermedad es frecuente en países con escasos recursos, así como con acceso limitado a servicios esenciales de suministro de agua y saneamiento. También, suelen producirse brotes tras la contaminación fecal del suministro de agua de bebida.
Transmisión del virus de la hepatitis E
En zonas con deficiencia de higiene, los genotipos 1 y 2 del virus de la hepatitis E se transmiten entre humanos por vía oro-fecal. De este modo, el virus se excreta en las heces de las personas infectadas y entra en el organismo humano por vía oral a través de agua contaminada.
Los genotipos 3 y 4 son más comunes en los países desarrollados. Éstos se caracterizan porque infectan tanto a humanos como a ciertos animales (incluyendo cerdos, jabalíes y ciervos), existiendo una transmisión zoonótica desde reservorios animales. Si bien es cierto que no causa la enfermedad, puede infectar ocasionalmente al ser humano.
En el caso del genotipo 3, la evolución hacia casos crónicos puede ocurrir con pacientes inmunosuprimidos.
Otras vías de transmisión menos relevantes pueden ser la ingestión de productos cárnicos poco cocinados derivados de animales infectados, la transfusión de sangre infectada y la transmisión de la madre al feto. La ingestión de mariscos crudos o poco cocinados puede provocar la aparición de casos en zonas endémicas.
Una infección típica se inicia con un periodo de incubación que oscila entre las 2 semanas y los 2 meses, con la aparición de virus en las heces y la desaparición de los virus en sangre cuando aparecen los síntomas.
Identificación del virus de la hepatitis E
La infección por el virus de la hepatitis E puede ser diagnosticada indirectamente mediante la detección de los anticuerpos específicos contra el virus, o bien directamente por medio de la detección de los genes víricos en la sangre o en el resto de fluidos corporales.
Síntomas de la hepatitis E
La infección suele ser autolimitada y se resuelve en 2-6 semanas.
Los síntomas agudos incluyen una fase inicial con fiebre, disminución del apetito, vómitos, dolor abdominal, erupciones cutáneas y dolor articular. También, aparece ictericia, orina oscura y heces blanquecinas y hepatomegalia.
En raras ocasiones, la hepatitis E aguda se convierte en una hepatitis fulminante.
Prevención y tratamiento de la hepatitis E
No existe ningún tratamiento específico efectivo contra la hepatitis E aguda.
La prevención es la medida más eficaz contra la enfermedad. Por tanto, resulta imprescindible extremar la higiene en los sistemas de suministro de agua y adoptar prácticas higiénicas individuales (lavarse las manos antes de manipular alimentos, evitar beber agua de origen incierto...).
El virus de la hepatitis G pertenece a los Flavivirus. La infección es muy común en todo el mundo, estimándose una incidencia global del 1,7 %. Se trata de un virus que sigue en investigación y está marcado por cierta controversia.
Transmisión del virus de la hepatitis G
El virus se transmite por vía parenteral (pacientes sometidos a múltiples transfusiones o por compartir jeringuillas), aunque también puede hacerlo por vía sexual y de madre a hijo.
Identificación del virus de la hepatitis G
Se utiliza la identificación del material genético del virus en sangre para el diagnóstico. La particularidad del virus de la hepatitis G es que puede aparecer en el hígado a niveles bajos, detectándose en los linfocitos.
Síntomas de la hepatitis G
Todavía se discute sobre la patogenicidad del virus y la aparición de síntomas tras la infección. En cualquier caso, se trata de un virus que no produce una patología hepática significativa.
Prevención y tratamiento de la hepatitis G
En principio, no se requiere la utilización de tratamiento por las características de la infección. No existen vacunas disponibles.