Opinión

“¡Pero cómo jugamos, mama!”

Lamine celebrando con Robert Lewandowski un gol

Lamine celebrando con Robert Lewandowski un gol / Agencias

Si es cierto el ‘mantra’ que asegura que compartir es vivir, voy sobrada en lo que a fútbol se refiere. Convivir con un joven de veinticinco años, cuyo nivel de sufrimiento blaugrana poco o nada tiene que ver con el de la madre que lo parió, te resitúa. Sus constantes vitales, infinitamente más en forma que las mías, suman en modo apocalíptico tanto para bien como para mal. Creció con el ‘sextete’, qué más quieren que les desescriba.

Vio a Messi en su ‘prime’, a Ronaldinho y a Neymar en el suyo y mamó en pechos ajenos como los de Pep Guardiola. Su umbral del dolor futbolístico es bastante bajo y, a la par, también el del disfrute. Hedonista no me ha salido, cierto, pero se acostumbró a no padecer y eso ha marcado su devenir y el de las y los coétaneos. Eso sí, en su ecosistema convive con el fútbol jugado por mujeres, con el que ha crecido y ha integrado de forma natural. Si hablamos del Barça Femení, su vara de medir es tan alta que la renovación de Aitana Bonmatí le parece no sólo lógica sino que incluso considera que le podrían pagar más. Este es el nivel, que diría áquel.

Esta criatura que me acompaña desde nueve meses antes de nacer soltó la frase que titula este artículo ante la exhibición de los de Flick en Girona. Con ella, recreó el sentir y el revivir de una afición huérfana de alegrías y resultados contundentes. Un pueblo oprimido por la situación económica y por un eterno que rival que ganó Liga y Champions casi a medio gas. Ese club que, seis años más tarde, logró traer a Mbappé y ahora ve con horror como Lamine Yamal lo desenfoca. Ítem más: al susodicho hay que sumar a un Vinicus que ya pone en alerta a Florentino Pérez. Al presidente blanco, máximo valedor del brasileño, se le está acabando la paciencia. Más allá del césped y de la grada, en el palco hay un ‘run run’ que hace tanto ruido como el propio Santiago Bernabeu que suspende conciertos. Si a ello unimos el mosqueo constante de Rodrygo y el mal juego del equipo, estamos ante un escenario que hace creer aún más al culer. Cierto es que la plantilla, muy corta, y las lesiones que suma el equipo prácticamente a diario tienen al respetable en tensión. Pero también es verdad que algo -bastante o mucho, a ojos de mi hijo y su entorno- ha cambiado. 

Presión tras pérdida. Intensidad. Juego directo y vertical. Veinte ocasiones de gol ante el Girona. Solidaridad. Disfrute y la sensación de que el tono juvenil ha llegado también a los veteranos. Confían en sí mismos, saben lo que hacen, cómo hacerlo y qué decisiones tomar en cada momento. Y ahí, arriba y abajo, tienes a un Lamine Yamal que deja ojiplático al personal y del que se habla, y mucho, en los vestuarios rivales. Al niño se le respeta y ya se le teme. Un jugador que llegó de La Masia, donde ya hace cuatro o cinco años que saben lo que hay y que nada tiene que ver con el modelo galáctico que rige a seiscientos kilómetros. Agazapados esperan, ya saben. Es el ‘modus operandi’ habitual mientras crean un relato que les convenga a ellos y desprestigie al prójimo. Pero sus hijos y los hijos de sus hijos, entretanto, se aburren como ostras. Y cuando les cuentan el cuento, se duermen.