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ANÁLISIS

La espiral entre Israel, Irán y sus aliados sólo traerá más muerte y destrucción

Restos de un edificio después de un ataque aéreo israelí sobre el barrio de Dahieh, uno de los bastiones de Hizbulá, en Beirut (El Líbano).

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El ataque con misiles balísticos de Irán contra Israel representa una escalada significativa en el conflicto entre ambos Estados. Israel ha prometido responder a esta agresión, lo que podría incluir ataques directos contra Teherán. Sin embargo, el frente más activo del conflicto en la región sigue estando en la frontera de Israel con el Líbano, tras la invasión del sur del Líbano por parte del ejército israelí. 

El ataque de Irán ha tenido lugar después de que Israel matara al secretario general de Hizbulá, Hassan Nasrallah. La estrecha relación de Irán con Hizbulá implica que tiene mucho que ver con el desarrollo del conflicto en el Líbano. Al mismo tiempo, aunque Israel está planteando la invasión como una operación terrestre limitada y a corto plazo, lo cierto es que representa una escalada significativa de su conflicto con Hizbulá, así como una enorme inversión de recursos militares. La imbricación de los frentes libanés y regional repercutirá en la seguridad a largo plazo del Líbano, pero también en la de Israel. 

Desde su creación, Hizbulá nunca ha sido atacada a múltiples niveles en tan poco tiempo y con pérdidas tan elevadas. En quince días, Israel ha sometido al grupo a una guerra híbrida, ha arrasado sus principales instalaciones militares y ha asesinado a sus altos mandos y a Nasralá.

En todo momento, Hizbulá ha prometido seguir desafiando a pesar de que su seguridad, sus comunicaciones y su capacidad militar se han visto gravemente mermadas. Israel ha insistido en sus declaraciones públicas en que no está en guerra con el pueblo libanés, sino sólo con Hizbulá, pero la actuación de Israel corre el riesgo de arrastrar a Líbano hacia la inestabilidad.

El Líbano ya está en la cuerda floja debido a las sensibilidades sectarias. Desde su creación como Estado moderno, el sistema político del país lo ha hecho vulnerable a estas luchas. La representación política se basa en el reparto del poder entre sus sectas, pero en lugar de crear estabilidad, el sistema sólo ha alimentado la lucha por el poder. La élite gobernante, que ha vivido muchos ciclos de violencia de este tipo en el pasado, teme que el asesinato de Nasralá sea un nuevo detonante del conflicto. Las mesuradas declaraciones sobre Nasralá de sus oponentes políticos libaneses tras su asesinato fueron un esfuerzo por evitar enfrentamientos que pudieran adoptar un carácter sectario.

No obstante, ahora se ha producido la invasión terrestre israelí, que a corto plazo está uniendo al pueblo libanés contra Israel. Esto se debe a que una invasión terrestre es muy diferente incluso de la campaña aérea más intensa. El despliegue de soldados tiene algo de visceral. Para el pueblo libanés, ver a Israel infiltrarse en su tierra una vez más trajo consigo la ira y la desesperación que esperaban que formara parte de un pasado no muy lejano, cuando Israel y Hizbulá libraron su última guerra total en 2006.

Aunque con la invasión terrestre Israel pueda estar tratando de romper el espíritu de Hizbulá, en realidad está rompiendo el espíritu libanés. Incluso los opositores más obstinados de Hizbulá en el Líbano rechazan la noción de ser “liberados” de Hizbulá, como pretende hacer Israel, a manos de un invasor. La humillación y la ira de la población libanesa no presentan una vía para la paz con Israel.

A medio y largo plazo, existe el riesgo de que la historia proyecte una oscura sombra. Las invasiones anteriores de Israel, especialmente en 1982 y 2006, abrieron una brecha entre las comunidades libanesas, alimentando las tensiones sectarias y políticas. La invasión de 1982 agravó la guerra civil libanesa de base sectaria, mientras que Hizbulá aprovechó su éxito de 2006 contra Israel para reclamar la hegemonía política en el Líbano; en 2008, el grupo desplegó a sus combatientes en Beirut para intimidar a sus oponentes, desatando el temor a otra guerra civil. Los dirigentes libaneses, que intentaban apaciguar los ánimos tras el asesinato de Nasrallah, se enfrentan ahora a la perspectiva de otra oleada de enfrentamientos civiles, ya que un millón de personas, la mayoría de la comunidad chií del sur, se han visto obligadas a desplazarse a zonas habitadas por otras comunidades.

A pesar de que los ciudadanos de a pie y la sociedad civil están intensificando los esfuerzos de ayuda, la magnitud de la crisis humanitaria no tiene precedentes. El Estado libanés, desbordado y en bancarrota, ha sido en gran medida incapaz de ofrecer a la población civil desplazada ni siquiera los servicios básicos. Cuanto más dure la ofensiva militar israelí, mayor será la posibilidad de que aumente la tensión sectaria a medida que se acerque el invierno, se agoten los recursos y crezca la ira y la desesperación de la población.

Una vez más, el Líbano se sitúa en el terreno de juego de los actores regionales. Esto conlleva otra causa potencial de inestabilidad. A medida que Israel e Irán intensifican su confrontación militar directa, aumenta el riesgo de una guerra regional. Dado que Irán considera a Hizbulá como la primera línea de su propia defensa, Líbano puede acabar luchando por sí mismo y por Irán.

El Líbano siempre se ha visto profundamente afectado por los acontecimientos regionales en Oriente Próximo. Pero con un cóctel tan complejo de desafíos, la estabilidad del país se ve seriamente amenazada. Los obstáculos económicos se mezclan con posibles tensiones sectarias. La seguridad nacional se entrelaza con la seguridad regional. Y con la negativa tanto de Israel como de Hizbulá a dar un paso hacia una desescalada, cada día se echa más leña al fuego.

Israel puede pensar que aplastar militarmente a Hizbulá es la forma de garantizar la seguridad de su región septentrional. Sin embargo, la crisis del Líbano hace saltar las alarmas sobre su estabilidad a largo plazo. La pobreza y la ira son siempre una receta para el desastre en cualquier nación. La inestabilidad interna en el Líbano no será un buen augurio para la seguridad nacional de Israel, sobre todo teniendo en cuenta que Hezbolá no desaparecerá, aunque Israel le arrolle militarmente, y teniendo en cuenta que ha utilizado sistemáticamente el discurso de la “resistencia” contra Israel como una de las herramientas para afirmar su poder dentro del Líbano. Si algo ha demostrado este conflicto es que la seguridad nacional y la regional están entrelazadas.

Traducción de Emma Reverter.

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